Cuando Gregorio Samsa despertó
por primera vez a sus pesadillas
fue por el mugido de una vaca debajo de la cama
-era el presagio de su muerte -
a lo lejos recordó el estrépito de las olas contra el malecón
y mientras se calmaba oyendo el canto de un pájaro en el alero del techo
un ordenanza avisó a su puerta en el dormitorio
que en uno de los escaparates de la casa
alguien había tocado desde adentro
y después de abrirle se había identificado
como un vendedor de insecticidas que quería hablarle
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