martes, 6 de enero de 2015

Las ruinas de la noche

Ayer
un tren a la medianoche cruzó el puente de acero, y raudo, estridente,
arribaría a la cuidad desocupada.
He soñado viajes por bosques obscuros sobre caballos veloces,
mientras en casa las cucarachas huyen de la alacena de la cocina hacia el nuevo mundo.
Aquella vez regresó ebria la tempestad cegando los árboles y las matas del patio
y no dejó ningún ángel de pie en las iglesias.
El granizo golpeó los cristales en las ventanas de los edificios.
Después llegó el silencio de cal
y de la ceniza tomó su nombre.
Bellos, como un puerto incendiado bajo las estrellas fueron sus ojos.
¡Relámpagos! ¡Toquen las puertas que mal abre el cruel viento!
¡El mar       el mar el mar! y deja ya ese hocico de perro callejero, gordo océano.
¡que venga en su auto negro la noche con la luna que llora por los bosques!

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